Aunque ha pasado algún tiempo, recuerdo como si hubiese sido ayer el día en el que junto a mis padres fui a ver el barco Juan Sebastián Elcano, al puerto de Almería. Por aquel entonces vivíamos en Cartagena (Murcia), ciudad en la que nací. Al lado de nuestra casa vivía una familia de Ferrol. El padre estaba destinado en el Juan Sebastián Elcano como profesor de los guardiamarinas. Un día que vinieron a casa a cenar Alberto empezó a contarnos historias que le habían pasado durante su travesía en el barco. Todos estábamos con la boca abierta escuchándolo cuando de pronto pregunto ¿Os gustaría venir a visitar el barco?. Mis padres dijeron corriendo que si, que estarían encantados de poder visitar el barco, y en mi cara se dibujó la mejor de mis sonrisas. De esta manera empezó para mi la cuenta atrás para vivir un día inolvidable. Por fin el día llegó, eran las ocho de la mañana cuando mis padre y yo salíamos de Cartagena en nuestro coche, junto con otros amigos que se apuntaron a la excursión. ¡Que viaje tan largo! Pensé que no llegaríamos nunca. Al llegar a Almería nos dirigimos al puerto y llamamos a Alberto. De pronto al mirar hacia el mar vi unos mástiles altísimos con unas enormes velas blanca, ¡ahí está! pensé, y al acercarnos apareció ante nosotros un impresionante galeón, como esos barcos que tantas veces había visto en los cuentos de piratas. Era realmente precioso y tan grande como el barco del capitán Garfio en al película de Peter Pan. Un guardiamarina vino a recibirnos y nos condujo hasta la cubierta del barco donde Alberto nos esperaba, nos enseño el puente de mandos, desde donde el capitán tripula el barco. A mi me dijo que apretara un botón de color rojo, y al hacerlo sonó la sirena del barco, ¡fue genial!. Luego paseamos por la cubierta, que estaba reluciente, nos explicó como se izaban las velas y como la tripulación hacía navegar el barco con ellas los días de viento. Después bajamos al camarote de los marineros, una habitación llena de literas; al camarote de Alberto, que como es oficial, tenía el suyo propio; a la cocina y por último nos enseñó una pequeña capilla con una virgen muy chiquitita. Luego pasamos al comedor de los oficiales, nos sentamos en una gran mesa de madera reluciente y unos marineros nos sirvieron la comida, todo estaba riquísimo. Después del almuerzo un compañero de Alberto nos enseñó, en la biblioteca, las cartas de navegación, astrolabios y otros instrumentos marítimos que utiliza el capitán y sus ayudantes. Ese fue el final de nuestra visita al Juan Sebastián Elcano, el final de un día inolvidable para mi.
GRACIAS ALBERTO
Sexto
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