domingo, 11 de abril de 2010

QUIEN EMPIEZA DERECHO, TERMINA DERECHO


Nunca olvidaré que en un pueblo de la sierra de Córdoba, Manuelita, tenía que andar ingeniándoselas para comer ella y su pobre madre, muy enferma. Ella veía cómo la alcaldesa y demás políticos de su pueblo, derrochaban el dinero.
En aquel pueblo, no había apenas trabajo, y ella veía cómo algunos gozaban de la abundancia y a otros les tocaba trabajar, para apenas malcomer. A ella le daba mucha rabia y no se le ocurría nada para hacer. Mientras, su madre se calentaba en una pequeña candela y soportaba su enfermedad como buenamente podía. Le decía: “Hija mía debes ser siempre honrada y alejarte de los líos porque siempre llevarás las de perder. Ellos hacen las leyes y las hacen para poder robar a gusto y si tú “te escurres un pelo”, intentarán hacértelo pagar muy caro.”
Aquella misma noche, Manuelita, tuvo que ir corriendo a por el médico viendo que su madre se ponía muy enferma, y al llegar a la consulta, le dijeron que estaba en casa de la alcaldesa. Por eso, inmediatamente, se dirigió a buscarlo, pero la alcaldesa no dejó que se fuera porque tenia una “espinita” clavada en un dedo. Aún suplicándole, Manuelita y el médico, ella no consistió porque era gente de segunda.
Aquella misma noche, murió la pobre madre en brazos de Manuelita. A la mañana siguiente, desconsolada, se mudó buscando un cambio en su vida y que mejorara su suerte. Así, Manuelita se marchó a Sevilla y allí, trabajó en una fábrica de trajes de flamenca. Luego, se trasladó a Huelva, donde trabajó recogiendo castañas en el campo. Poco tiempo después, se fue a Cádiz y trabajó duramente en la pesca. En unos de sus viajes en barco en busca de pescado, decidió cambiar y desembarcó en Málaga. Allí, decidió trabajar en la construcción. Al cabo de un tiempo, se trasladó a Granada y se volcó en unas obras para la restauración de la “Alhambra”. A continuación, decidió volver a cambiar su lugar de residencia y se marchó a Almería, donde estuvo trabajando en los invernaderos cultivando hortalizas. Sin embargo y aún no conforme con su vida, fue a Jaén donde parece ser que “cayó de pie”, pues al conocer a su nuevo patrón, un hombre muy honrado, la puso como encargada de todas sus tiendas que acabaron subiendo mucho las ventas, ya que Manuelita era una chica muy agradable.
Un día, la alcaldesa llegó a una de estas tiendas a realizar una compra importante, pero no conoció a Manuelita. Le insinuó que tendría que sobornarla pero, por suerte, la chica estaba acompañada de un amigo policía, vestido de paisano, que no lo pensó un momento, la denunció y después del juicio, la orgullosa alcaldesa fue a dar con sus huesos a la cárcel.
Manuelita volvió a su pueblo natal, y terminó siendo alcaldesa procurando siempre ser
justa en todas sus decisiones.
Ana Belén

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