jueves, 22 de abril de 2010

Mi pérdida


La sensación de que ya nada quedaba al final, había llegado. Me pilló por sorpresa, la verdad. Él era mi mejor amigo; aún me atrevo a decir que lo es. Me sentía bien a su lado, era alguien en el que siempre había confiado. Pero algo ocurrió desde que empezó a distraerse, algo que yo no alcanzaba a comprender. Era esa chica, a la que nunca le había prestado demasiada atención, que, ahora, no podía apartar de su mente. Ya me lo había comentado, que veía algo en ella. Pero no llegué a pensar que sería tan radical. Veía a Pablo convertirse en una persona que ya no conocía, un Gregorio Samsa psicológico. Las ganas de gritar me invadían poco a poco el día que, al fin, conseguí dar con él e intenté aclarar las cosas. Ya ni siquiera me miraba a los ojos. No olvidaré ese momento en el que nuestra amistad parecía irse a pique. No hubo gritos, ni reproches, ni explicaciones, ni nada. Sólo un par de lagrimones míos y su mirada perdida. Yo estaba deseando preguntarle el por qué, decirle que yo estaría allí siempre, que no tenía que elegir entre las dos, que para mí era como un hermano, que no quería perderlo, que era alguien muy importante para mí. Pero no pude, no me dio la oportunidad. Sólo recuerdo que, justo en el momento que parecía que se iba a dignar a mirarme, justo en el momento en el que yo iba empezar a llorar y a abrazarme a él y a decirle en un susurro que todo estaba arreglado, justo en ese momento...apareció. Sí, ella. No le tenía rencor, no la odiaba, pero había algo en ella que no me gustaba. Y solo era que estaba convirtiendo a mi amigo en alguien que no conocía. Ya me lo tenía que haber olido, el día que, repentinamente, se interesó tanto por él. Por mi amigo, mi mejor amigo, que pasó a ser alguien totalmente desconocido para mí. Pero ya estaba advertida, y eso nadie lo quitaba. ¿Por qué no le habría prestado atención? Y, sin embargo, ya no podía hacer nada, ya no cabían los reproches a mí misma ni buscar errores ni faltas entre los dos, ningún “qué habría pasado si...” valía ya la pena. A pesar de todo, la tristeza me invadía poco a poco, ya no podía disfrutar de la vida, ya no pintaba nada. Me empecé a retraer de la gente, de mis otros amigos, a sentirme encerrada, casi invisible si no se fijaban, como los reyes Felipe IV y Mariana de Austria de Velázquez en el espejo de Las Meninas, que veían sin ser vistos. Ahora, así soy yo. Todo por él, por no querer perderlo y no saber seguir adelante. No culpo a nadie; tal vez yo no llegué a entenderlo nunca. Aquella chica había ocupado mi puesto. Y no olvidaré el día en que empecé a verlo todo claro, el día que ella apareció.

Miss Wonderland

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