jueves, 22 de abril de 2010

Mi amiga la Ñ ha perdido su sombrero


Cuando la humanidad nos creó se ayudó de la naturaleza copiando sus formas en el papel. A mi prima, la “m”, le dio la forma de las montañas; la “s” era una cobra y yo... yo era un antílope. Era solitaria; a diferencia de mi hermana, la “n”, que aparecía por todos lados, aun así casi no coincidíamos en las palabras; de vez en cuando alguien escribía “niño”; entonces yo la saludaba y comentaba alguna que otra novedad con ella. Por cierto, olvidé presentarme, aunque a estas alturas ya sabrás que soy la letra ñ.

Aquel sábado comencé a escribir mi redacción. Mi imaginación no parecía ayudarme, pero poco a poco fui tramando la historia. El problema apareció al escribir algunas frases: por más que lo intentara no conseguía dibujar “el sombrerito de la ñ”. Cuando ya me había rendido, los vi; unos hombrecillos diminutos salían de mi pluma. Uno de ellos me tocó el dedo índice y, sin darme cuenta, mi tamaño disminuyó considerablemente.

-No preguntes nada, Peter. Síguenos, tenemos un problema.

Estaba lleno de dudas, la primera; ¿cómo conocían mi nombre?, pero hice lo que me pedían. Fue tal la sorpresa que me asaltó al llegar, que quedé completamente paralizado. Los habitantes de aquel inmenso pueblo eran letras que vivían en gigantescos libros. Giré la mirada y…aquellos seres no estaban allí, en su lugar había una letra, la “n”, y parecía preocupada. Le pregunté dónde me hallaba, a lo que respondió.

-Te equivocas, soy la “ñ” y estás en Tinta y letras, un pueblo del mundo de la magia. Ya sé que me parezco a mi hermana, pero es que no encuentro mi sombrerito.

- Por eso no podía escribirte... ¿cómo ocurrió?-pregunté sintiéndome algo raro.

- Bueno... él quería visitar vuestro mundo; no sabía que está prohibido y cruzó la pluma; desde entonces no lo he visto. Tú eres el único que puede encontrarlo; para eso te trajeron los duendecillos, ellos no pueden tocarnos; nos convertimos con su roce. Era cierto, mi pelo era blanco, mis orejas, alargadas y vestía una ropa vieja y sucia. Tras esto, me aclaró que solo podía cruzar la pluma dos veces, así que no lo dudé más, llegué a la puerta y una atmósfera diferente no tardó en envolverme. Pronto distinguí una línea negra entre aquella masa. El tiempo apremiaba, cogí lo que buscaba y lo lancé con fuerza a su mundo mientras corría hacia el mío. Al instante, estaba ante mi escritorio. El tiempo no había corrido desde mi ida, conservaba mi aspecto de niño y existían cuatro firuletes. Ahora, que han pasado diez años en nuestro mundo y ninguno en aquel de tinta y letras que siempre permanecerá vivo en mí, le cuento mi historia a este comprensivo papel y a ti, lector.

La pequeña escritora

0 comentarios:

Publicar un comentario