jueves, 22 de abril de 2010

Rosas negras en un viernes difícil


Nunca olvidaré ese viernes. Su cara cubierta por las oscuras gafas y aquel abrazo más fuerte de lo normal me decían que algo no marchaba bien. En efecto, no estaba equivocada. Mientras almorzaba en el salón, escuché unas palabras que venían de la cocina, palabras que preferí hacer como que no oía, aunque más tarde fueran confirmadas por mi madre haciendo que a mi hermano y a mí se nos detuviera el tenedor. Aquellas seis letras y el momento en que mi padre decía: “¡La edad de mi niña!” me dejaron helada por completo.

Aunque no fuese el roce lo que más nos une, me sentía emocionada, y es que, como decía mi padre, el dolor lo producía la tristeza de pensar que ella también tiene una familia y toda una vida por delante, sin olvidar que, a pesar de la distancia, siempre seremos primas.

Las horas iban pasando y yo seguía tumbada en la cama, lanzando gritos en silencio y derramando lágrimas secas, preguntándome: ¿Quién la había maldecido con eso? ¿Por qué si hay gente mala en el mundo, era una niña la que sufría? No lo sabía.

Ni lo sabía antes, ni lo sé ahora. La verdad es que solo sé que me queda esperar que el tiempo pase deprisa, mientras pido a quien quiera que me escuche ahí arriba ayuda para que ella dentro de un tiempo recuerde estos momentos y diga orgullosa: “Yo también fui fuerte, yo también pude vencerle”.

Woman

0 comentarios:

Publicar un comentario