viernes, 16 de abril de 2010

Rosas sin luz


Son la 7:20 de la mañana, suena el despertador, me levantó atontada y me visto ligera, me miro en el espejo… ¡Oh!, ¡qué horrorosa estoy!, no me queda nada bien, me cambio el jersey por una rebeca con botones, pero aún me queda más ajustada. Mi madre empieza a gritarme: - ¡Rosa, vas a llegar tarde al instituto!- . No la aguanto, cuando estoy más agobiada, ella me pone de los nervios, no sé qué ponerme. Hoy empieza la primavera. - ¡Que ya voyyyyy!-, le contesto. Una vez en el instituto, todo el mundo me está mirando, ¿será por qué se me marca el michelín o por qué me he puesto una ropa demasiado veraniega….? No me importa lo que piense la gente, seguiré estando gorda, le pese a quién le pese. Esta mañana nadie quería estar conmigo (la gorda y gafotas de la clase), e incluso Ana me había sustituido por la empollona de la clase. En el recreo me senté sola en el banco del patio, me puse a comer como una “cerda” el bocadillo de chorizo con mantequilla, me sentía llena, percibía como todos me miraban, pero necesita ese bocadillo. El timbre tocó y todos volvieron a sus clases y me dejaron en paz. Ese mismo día, durante la cena, el mismo cuento de siempre; mi madre intentaba que comiera lo que no me gustaba. Mi estómago no estaba hecho para espinacas y pescado, así que me enfadé con todos y me fui a mi habitación sin cenar. Por una noche no me pasaría nada. No quería ver a nadie, sólo quería acariciar a mi perrita Rosita, que era la única que entendía como me sentía; gorda y fea… A la mañana siguiente todo fue distinto. Yo no estaba en mi cama, me encontraba en la cama de otro lugar, mi cuerpo no respondía, no podía abrir los ojos ni despegar los labios; oía una lejana pero conocida voz…… ; era la voz de mi madre hablando con otra persona. Pero, ¿dónde estaba? ¿Qué me había pasado? No entendía nada. La voz de mi madre era cada vez más cercana y clara; estaba hablando con mi profesor. Escuché las palabras de mi madre: -Todo sucedió hace unas semanas, ya se venía venir, la última noche no cenó nada ni si quiera tomó el zumo. Durante la madrugada, entró en coma, su mascota Rosita, fue quien nos avisó de lo sucedido. Nuestra hija llevaba sin comer nada ocho días.

Mi profesor consoló a mi madre, y le contó que el último recreo me dediqué a alimentar a las palomas del patio con mi bocadillo de chorizo, bajo la mirada de todos mis compañeros. Las palabras de mi profesor hicieron llorar a mi madre desconsoladamente, a partir de ese momento mi cuerpo tembló y las lágrimas de mi madre me hicieron ver que no era una joven de trece años obesa, sino un esqueleto.

Erene

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